26 ene 2009

DRAGÓN ROJO - Mi agente en Tijuana (3)

Dragón Rojo

por Anónimo Hernández

Tijuana es una ciudad tan, pero tan fea, que resulta bonita. Y yo estoy tan feo, que Tijuana y yo nos enamoramos en el acto. En las sabias percepciones de K Brown, mi agente, Tijuana es como Iztapalapa, pero en ciudad. Y seguramente tiene razón, jamás me atrevería a contradecirla (sobre todo porque puede dormirme con karatazo entre ceja, oreja y madre), pero doy por hecho que su comentario se refiere al aspecto físico, visual, pues no conozco a nadie que se haya enamorado de Iztapalapa. A lo que voy es que Tijuana tiene un ambiente tan permisivo que me hizo sentir en casa –como no me siento ni en mi propia casa.
Durante los primeros días anoté en mi cuaderno: "Tijuana se olvidó de embellecerse: se olvidó de las formas y de las apariencias". Pero lo taché para encimarle: "No olvidó nada: nunca le importó". Paseé por sitios de atracción en compañía de K, o de grandes personalidades como Esmeralda Ceballos cuando K estaba ocupada. Me encantó que para llegar a ciertos lugares dentro de la misma ciudad hubiera que hacerlo por autopista, sobre todo escuchando a Richard Cheese en el autoestéreo. Así, K comandó una tropa de asalto con las poetas Gabriela Puente, Ivonne Flores y yo; fuimos a Playas de Tijuana donde me tomé un clamato y una foto junto al letrero que advierte:

Aquí comienza la patria 

Conocí avenidas importantes como la Revolución (que los lugareños llaman Revu en vez de Revo) y la Coahuila (la Cagüila). Me tomé fotografías en el Jálale Ai, recinto de un deporte del mismo nombre traído por los vascos y del que México ha sido gran campeón durante años: el jálale ai. Y me saqué tantas fotos con una zebra que parecía burro maquillado de zebra que hasta nos hicimos amigos. Vuelve pronto, creo que dijo cuando nos despedimos. También cuchicheé con unos señores que se querían saltar una barda grandota que nunca supe qué era. Hablaban tan bajito que no les entendía nada, pero les asentí en cada pausa porque creían que yo realmente era escritor y periodista, y confiaban en que sus confesiones podían trascender algún día. En otro texto entredije que desde siempre he padecido de un mal muy malo. Los doctores no han podido diagnosticarlo –incluso dudan de su existencia–, por lo que he decidido llamarlo biblio-narcolepsia. El principal síntoma es que me quedo irremediablemente dormido a las primeras frases de un libro. Calculo que eso origina también que no memorice adecuadamente a sus autores y sus títulos, ya no digamos sus contenidos. Lo importante es que eso no sucedió con Historia de Tijuana, de Alejandro Lugo. Allí leí que el Centro Turístico Aguacaliente alguna vez fue mundialmente famoso por contar con un lujoso casino, un galgódromo, un hipódromo, acogedores bungalows; que entre sus asiduos se contaban Rita Hayworth, Buster Keaton, Clark Gable, Al Capone; que el sitio contaba con una imprenta y una escuela donde se impartía educación primaria a los hijos de los huéspedes y de los empleados… De pronto pensé que aquella descripción no sólo se ajustaba como guante de seda al exquisito recreativo, sino a toda la Tijuana de aquellos tiempos, a la de éstos, y de hecho al país entero: un oasis de ocio para celebridades y maleantes, con la imprenta dentro de sus instalaciones, con un nivel escolar de primaria, y señores saltándose una laaaaaaaaaaaaarga barda como si escaparan de una prisión. Todo el mundo me había hablado de la peligrosidad y la violencia de sus calles, pero como mi visita coincidió con un sangriento motín en el penal de máxima seguridad –en una rebelión ligada a los principales maleantes de la zona–, la inteligencia delictiva se concentró en ese punto y el resto de la ciudad fue un remanso de paz. No había lugar más seguro en el mundo, siempre y cuando caminaras lejos del penal, lo cual era fácil considerando que la humareda se veía a kilómetros de distancia. Con ese desparpajo conocí aspectos de la vida nocturna y me saqué fotos con señoras gorditas que tomaban el fresco muy despechugadas en las estrechas aceras de la Cagüila. Fui al Kinklé y al Zacazonapan. Entré a un lugar donde se sentía un calorón tan infernal, que las meseras empezaron a quitarse la ropa: –Qué buena idea! Jamás se me habría ocurrido! Acto seguido, las meseras se subieron a bailar sobre las mesas. –Esta ciudad es muy interesante! –le dije a un señor con mostachón mientras yo mismo comenzaba a desfajarme los pantalones. Pero supongo que debió acabárseme el veinte porque fui invitado muy amablemente a abandonar el recinto.

Además del motín, se celebraba el Festival de la Ciudad. Por todos lados había exposiciones, conciertos y cosas que le gustan a la gente que sabe mucho. Dentro de ese festival se insertaba mi taller, que como ya he dicho, se intitulaba henchidamente “Cómo ser un escritor malo en 10 sesiones”. Y respecto a éste sólo puedo rendirle homenaje al talento de los participantes, aunque queda claro que no faltaron las pequeñas reprimendas:
–Olvídate de Cien años de sobriedad… Según me dijeron, muchos años antes William Fuckner ya había hecho cosas parecidas… Déjame investigarlo y te informo.
O cuando un asistente leyó un cuento que decía: “Denise se fue a estudiar a París”…, me vi en la obligación de interrumpir para decir:
–Ya dijimos que no debemos temer al verso en prosa (o verso prosaico, como denostativamente le llaman), ni siquiera si cae en la temida rima, por lo que yo bien podría añadir: Denise se fue a estudiar a París, echándole un anís a su cuerpo de lombriz… Y podría seguir rimando si vosotros insistís. Pero a quién se le ocurre tener un personaje que se llame Denise? Y por qué enviarla a estudiar a París? –Eso qué tiene de malo, güey? –me espetó el aprendiz deslizando el odioso “güey” a su desliz. –Qué tiene de malo? Pues te respondo con otra pregunta: de verdad crees que hoy París es el mismo que conoció Hemmin, güey?… Ya pasó un siglo! París ahora está repleto de musulmanes y de latinoamericanos de medio pelo… Ustedes están aquí, en una de las aldeas más importantes del mundo [lo de aldea no les gustó nada]. Para qué llevan a sus personajes a estudiar a la Gordonna, o como se llame… Los convierten en el peor cliché!… Sus personajes, desde su nacimiento, son un cliché!… Es más, ustedes, como escritores, se convierten en un cliché!… Un cliché que caducó hace cuarenta años!… Eso no es ser un escritor malo… Eso ni siquiera es ser escritor!… Obviamente, después de tan apasionadas intervenciones, terminaba rendido. Pero en cuanto K daba por terminada la sesión y me llevaba a departir con las personalidades de la región, me sentía revivir.

Por fortuna, mi madre me había comprado un celular antes de venir a Tijuana. Lo hizo para controlarme, está claro, pero resultó de vital importancia durante mi estancia porque todos lo utilizaban para todo. En la mesa de una cantina por ejemplo, había momentos en que parecía que estaban mandándose mensajes unos a otros. Alguien enviaba un mensaje y otro se reía al leer uno que acababa de recibir. Alguien más llamaba y otro contestaba. Llegué a pensar que estaban hablando de mí. Los primeros días yo sólo recibía mensajes de mi madre (ponte un suéter para salir, no llegues tarde a dormir, me las pagarás cuando regreses), pero después ya estaba igual que ellos.
No sólo puedo presumir de que conocí a Rafa Saavedra y Pepe Rojo; a Sal Ricalde y al DJ Chucuchú, con quienes congenié de inmediato, quizá por feos; a Tere Vicencio; a Julio Álvarez y Karina Morales; al afamado editor sonorense Víctor Hugo Barrera; a Julio Orozco y Alejandro Zacarías; Javier González Cárdenas, Elma Barrera, Esmeralda Ceballos y Samantha Luna; a Leobardo Sarabia, mismísimo organizador del Festival de la Ciudad; a Olimpia Ramírez, Ava Ordorica, Vianka Santana; a Miriam García, Gaby Torres y Jenny Donovan; a Román Luján y a muchísima gente maravillosa que simplemente nunca alcanzaría a enunciar, pero que pueden estar seguros de que están incluidos aquí. No sólo compartíamos mesas y cervezas, sino que además me mensajeaba con ellos. Gracias al celular me tomé las fotos arriba mencionadas y departí con mis amigos en restaurantes como El Cielo (de Sergio González), el ibérico Chiki Hai, la Tía Juana, las carnitas de Los Gordos; antros tipo La guarida del jaguar y el 4 Amigos. Y cantinas como el Turístico, la Ballena, el bar del Hotel Nelson, la Estrella (que me dejó boquiabierto, “qué bonito lugar: es como Disneylandia para gente como yo”, el cual tuve la fortuna de conocer antes de que lo remodelaran con un pinchi estilo egipcio, según las recientes quejas de mis amigos). La cosa es que, invariablemente, terminábamos en el Dragón Dorado: –Dragón Rojo! –me corregían cada vez que confundía el nombre; pero cometí ese error con tanta frecuencia que ahora no recuerdo si decía Dorado y me corregían que Rojo, o si decía Rojo y me corregían que Dorado. La última noche del Festival de la Ciudad fue apoteósica. Conciertos masivos en las calles, clausuras, cumpleaños de Samantha, gente por todos lados. K elaboró un plan: que cada quien asistiera al evento de su preferencia pero que todos nos reuniéramos después de las doce en un punto céntrico aún por definir. Allí estaría el gran Rafa Saavedra con su playera de Radiante o vestido de Dandy, para que lo bautizáramos como Radianty. Allí habría dulces y caramelos y polvitos mágicos sabor menta y tutti fruti. Allí estarían todos y todo. Así que esa noche salí muy perfumado de mi hotel y recibí el primer mensaje preguntándome dónde nos juntaríamos tras la clausura del festival: –En el Dragón Dorado –respondí. –Dragón Rojo o Dorado? –Dragón Dorado, of course. Como el hotel Villa de Zaragoza quedaba en el centro, atrás del Jálale Ai, había decidido ir a pie; y acepto que en el camino me fui tomando unas copitas por aquí y por allá, todo con el fin de entrar en ambiente. Un rato después recibí un mensaje similar, ahora del DJ Chucuchú: –Ónde va a ser el party? –En el Halcón Dorado –contesté. –Halcón o Dragón? –Halcón. Caminando por la Revu, me interceptaron señores muy amables ofreciéndome Pusi, o algo así, que supuse que era un platillo típico de la región. Lo malo es que cuando tomo, no como. Así que proseguí. Había juegos pirotécnicos y gente disfrazada. Me encontré montones de personas en la calle que me saludaban efusivamente, pero estoy seguro de que me confundían con alguien célebre. De cualquier manera, invité a varios al reventón con mis amigos: –Será en el Halcón Dorado… –Halcón Dorado? –Rojo, perdón. Halcón Rojo Lo preocupante era que me obsequiaban diferentes bebidas cada vez: vodka, tequila, mezcal, bacanora, y como casi nunca tomo, me puse como chinampina. Entonces recibí otro mensaje con la misma pregunta: –Dónde? –ahora era Pepe Rojo –Estaremos en el Barón Rojo, que debe ser de tu tío, ja ja! –le contesté. –Muy gracioso, pero estás seguro que Barón Rojo? –Chin, no, creo que es Dorado. El Barón Dorado. Para esos momentos ya no sabía dónde estaba. Buscaba los letreros de las calles pero no significaban nada, igual podían estar en chino. Me quedaba mirándolos durante minutos sin descifrarlos. Ya no recordaba a dónde iba ni por qué había llegado allí. Me había olvidado del taller y de que era escritor. No sólo caminaba en forma de S sino de R y W. Bajo ese patrón nunca encontraría a mis amigos. Así que decidí poner un alto, rectificar mi comportamiento y tomar un taxi: –A dónde va, amigo… –Voy al… Nalgón Rojo… Tras unos instantes de duda, el taxista preguntó: –Nalgón Rojo o Dorado…

FIN

[Welcome to the jungle. Montaje que sincroniza la versión de Richard Cheese y Lounge Against the Machine con el video original de Guns and Roses. Ja!]





[Así eran los murales del salón de baile La Estrella; fotos: Miguel "El Tío Phil" Sánchez]





1 comentario:

Elizabeth Sobarzo dijo...

Porque no me entero... siempre me he sentido vouyersita aqui..