Presentación en la Feria del Libro de Saltillo, Museo del Desierto, el 7 de octubre, 17 hrs.
Y en el DF, en la Feria del Libro del Zócalo, el 13 de octubre, 18 hrs, con Alejandra Peart (editora), Daniel Espartaco y Mauricio Bares[Visita el blog de este libro para ver imágenes y fragmentos de los relatos][Este es un cuento escrito por Anónimo Hernández en 1992 y una imagen de la historieta que Rick Camacho realizó para otro relato; ambos se incluyen en el libro]
Eso no se le hace a nadieTeníamos alquilada por veinticuatro horas una habitación del Hotel Morales, que está frente a la estación del metro Lázaro Cárdenas, pero sólo habíamos permanecido tres, lo que se tarda uno en hacerlo bien, así que le pedí a mi novia que se quedara toda la noche conmigo para reposar y hacer el amor de nuevo sin ninguna presión de tiempo, siendo viernes no había preocupación por trabajar al día siguiente, según yo ése era el plan, aunque nunca lo discutimos porque era la primera vez que íbamos juntos a un hotel, pero de pronto ella insistió en que debía marcharse para no alimentar la suspicacia de su madre y yo naturalmente traté de persuadirla aprovechando el calorcito que dejaron nuestros cuerpos sobre la cama, usted sabe teniente que bastan algunas frases vaporosas y una rodilla audaz para convencer a nuestra pareja, no obstante cuando yo creí que había logrado mi objetivo escuché con desconcierto que ella se quedaría sólo un rato para llegar a su casa en buena hora y evitarse toda clase de problemas familiares, así que en ese momento, por obra de mi propia paranoia, vi con claridad la cara de su madre asomándose por detrás de su hombro y me imaginé a todos sus vecinos señalándola con el dedo como si divertirse y gozar de su propio cuerpo fuera algo que los demás no pudieran soportar, por eso el termómetro que volvía a ascender en mi pareja por culpa de mi estúpida rodilla audaz cesó de emocionarme sopesando sobre el colchón el cuerpo de su santificada madre (la madre de mi novia, teniente, no la de usted), el cuerpo de su madre interponiéndose entre mi novia y yo, lo peor de todo fue que mi sexualidad decayó tan estrepitosamente al imaginarme dándole gozo a la respetable señora, quien, a decir verdad, ya no levanta a los hombres ni las dudas, tal vez el poder de la menopausia sea un origen de los múltiples problemas de nuestra patria, teniente, porque cuando las hijas despiertan al sexo, sus madres se despiden rencorosas de él, deberíamos liberar a las muchachas de las envidias maternas, creo yo. En fin, dentro de tales circunstancias me pareció lo más natural levantarme e invitar a mi pareja a retirarnos, pero no sé qué ideas se le metieron a ella en la cabeza que entonces me jaló del brazo e intentó tenderme de nuevo sobre el colchón en una ridícula escena de estira y afloja, estira y afloja, estira y afloja, hasta que cedió y contempló cómo iba yo vistiéndome metódicamente al tiempo que le explicaba que lo mejor era irnos y no forzar las cosas si estaba bien claro que su mami podía más que yo, ¿ve usted alguna grosería en eso?, pero creo que debí quedarme callado, ahora veo que mis palabras parecieron groseras pero le juré a ella cuando vino a plantarme una bofetada y yo le dije que no volviera a hacerlo y ella volvió a hacerlo y lo hubiera seguido haciendo si no fue porque la zangoloteé por los hombros y la arrojé a la cama, le juré y le juro a usted ahora que mis palabras sólo decían lo que decían, porque aunque soy Anónimo Hernández, el modesto escritor de novelitas calientes que se venden en puestos de periódicos, y aunque sé que en nuestra sociedad ésa más que una profesión es una cochinada, a mí me parece inclusive más limpia que la carrera de abogado o policía, sin agraviar a ningún presente, yo al menos no recibo órdenes de nadie y como profesionista del lenguaje puedo asegurarle que mis palabras sólo decían lo que decían.
Pero además qué era lo que ella perdía si me marchaba, por qué se me colgaba del pescuezo y me besaba y me despeinaba cada vez que la gomina y mi peine trataban de socializar mi cabello, por qué su actitud había girado desde la agresión hasta la complacencia, pues ahora me pedía que me quedara para que le hiciera todo lo que yo quisiera. A lo mejor en verdad hacía falta que su madre se plantara entre nosotros para imponer algún orden, aunque fuera el suyo, porque nosotros no llegábamos a ningún acuerdo, si yo me calmaba para explicarle que ya no conseguiría entusiasmo orgánico alguno ella no me escuchaba y chillaba hasta hacerme encabronar y entonces yo volvía a gritarle y ella a pedirme que no le hablara así y yo le decía que cómo así y ella decía que así y yo le sugería que no fuera pendeja y ella chillaba y entonces ya no hablábamos de absolutamente nada. Habrá sido que ella se había animado por segunda vez y no quería quedarse con las ganas, no sé, el caso es que después de tan apasionado ajetreo acepté permanecer con ella y propuse una ducha para refrescar los hechos, que ella se adelantara y que yo la alcanzaría después de orinar, así que cuando escuché el chorro de la regadera volví a peinarme y abandoné la habitación en silencio, claro, teniente, que muchachas como ella siempre nos obligan a llevarlas a hoteles que por lo menos cuenten con elevador, sin importar que en este caso tal servicio no fuese de primera calidad y durante los trayectos las parejas se cuchichearan y no se atrevieran a mirarse unas a otras y donde yo por supuesto era el único elemento extraño que podía mirarlos a todos y ser mirado con mala fe como si me faltara un huevo o como si hubiera alquilado un cuarto para hacer lo mismo que ellos, pero solo, lo importante fue que perdí mucho tiempo en bajar y esquivar al administrador que insolente me preguntó si ya tan pronto y me exigió firmar mi salida y me preguntó por mi esposa, ya sabe teniente que estas malditas siempre exigen que firmemos como si estuviéramos casados, pero luego de aclarar al administrador que no precisaba de mi firma puesto que mi mujer aún estaba en el cuarto y que yo sólo iba por cigarros, salí del hotel y caminé hacia la parada del camión más próxima sin dar ni veinte pasos cuando escuché a mis espaldas los chilliditos que yo tan bien conocía y sin tener tiempo a reaccionar fui jaloneado por las ropas, atenazado por el pescuezo y regañado a la vista de toda la gente que a esa hora salía de sus trabajos para gozar de la última luz natural y del espectáculo que esta loca ofrecía forcejeando en pleno Eje Central con la blusa medio desabotonada y la falda chueca y sin un zapato y con la piel y el pelo mojados pidiéndome que regresara con ella, pero yo caminaba ahora de espaldas como quien dice arrastrándola y planeando mis movimientos para zafarme y correr hacia la esquina sin que ningún paladín justiciero de los que me miraban con desprecio se entrometiera y sin que los otros, mayormente amas de casa que la miraban a ella como a una putilla escandalosa se atrevieran a recriminarle algo, pero al llegar a la esquina, lo que sus patrulleros vieron fue un caso poco común y por ello descendieron de inmediato y se apoderaron de mí con la presteza y espectacularidad que les permitieron sus abundantes panzas y me preguntaron que qué. Me limité a contestar que se trataba de un asunto íntimo, que la señorita era mi novia y que nosotros podíamos solucionar nuestros desarreglos, como podía verse, no necesitábamos de autoridad materna ni paterna ni policiaca para ello, entonces me soltaron y hasta acomodaron mis ropas, pero cuando le preguntaron a ella su versión de los hechos la muy cabrona respondió que yo había tratado de abusar de ella llevándola con mentiras a un cuarto de hotel. Por supuesto que ninguno de los testigos se puso de mi parte y únicamente dos paladines se acercaron a reforzar la versión femenina de los hechos hasta en detalles que nunca pudieron haber presenciado, de manera que los patrulleros me cayeron de nuevo sin pensar en la lógica del relato y dejándola a ella en libertad. Lo peor de todo fue que al abandonar el lugar pasamos frente al resplandeciente letrero del Hotel Morales y pensé que el administrador tampoco había presenciado algo a mi favor y que de cualquier manera no podía esperarse nada de alguien cuya calidad moral se mide al comentar si ya tan pronto al momento de que un huésped sale por cigarros o por lo que sea. Pensé que el mundo estaba loco y lo dije en voz alta, el mundo está loco, aunque para los patrulleros el único loco era yo, nada quise añadir ni pensar ya que mi cabeza zumbaba desde antes de subir a la patrulla cuando junté el aire necesario para decirle a mi novia, ex novia, que una cosa como ésa no se le hace a nadie, pero la muy perra ni ese gusto me concedió, se las ingenió para acercarse a la ventanilla y susurrarme al oído algo que no pude creer: para que aprendas, mamón, que eso no se le hace a nadie.